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jueves, 8 de junio de 2023

Los virreyes que descansan en Buenos Aires

 

Generalmente, los virreyes eran nobles españoles que cruzaban el atlántico para cumplir su mandato y volvían a sus tierras. Sin embargo dos, nunca volvieron y están enterrados en Buenos Aires.

Virrey Pedro Melo de Portugal (1795-1797)

-Una muerte dudosa que las hormigas negras, con su espadín de oro, buscaron esclarecer-

El Virrey Melo visitaba con frecuencia el convento de las monjas capuchinas (Hoy iglesia San Juan Bautista). Entre las monjas se encontraba, sor María Clara, que tenía fama de profetisa. Y un día le dijo: “Señor, mándese Vuestra Merced sepultar aquí, porque sus monjas se han de acordar de encomendarlo a Dios”.

En abril de 1797, el virrey, realizó una visita a las fortificaciones de Montevideo (por el avance portugués). Y allí ocurrió un hecho muy raro e inesperado.

Según las fuentes oficiales, cuando estaba andando en su caballo, se empezó a sentir mal, y en pleno movimiento, se cayó al piso donde  golpeó su cabeza con una piedra generándole la muerte.

Mucho infortunio para una muerte y muy sospechosa para haberle ocurrido a un Virrey, que además, se dio lejos de su ciudad de influencia.

Quizás sea casualidad, pero el gobernador de Montevideo en esa época, era Antonio Olaguer Feliú, que luego de la muerta de Pedro de Melo, sería nombrado Virrey.

Los restos del virrey muerto fueron llevados, como no podía ser de otra manera, al convento de las monjas capuchinas. Fue enterrado vestido de gala con su espadín de oro y plata.

En 1870, una plaga de hormigas negras invadió el templo. Y cuando siguieron su camino, llegaron a su hormiguero. El mismo, estaba dentro del cráneo de Pedro de Melo. De casualidad, descubrieron su tumba. Ahí estaban sus huesos y su espadín reluciente. Casi, como si las hormigas negras buscaban atraer a alguien para esclarecer su dudosa muerte.

Lamentablemente, en esa época no existía el concepto de conservación histórica. El cuerpo no fue conservado y el espadín lo fundieron para fabricar una patena.

Hoy, su lapida se encuentra en el costado derecho del altar de la iglesia San Juan Bautista en Buenos Aires.




Virrey Joaquín del Pino (1801-1804)

-Crónica de una muerte anunciada-

En una época donde el promedio de vida era corto, y llegar a los 40 años era un milagro, nombrar un virrey con 71 años era más un presagio de dejar un cargo vacío que otra cosa.

Llegó a Buenos Aires en 1771, porque además de ser militar era ingeniero, y el virrey Vértiz lo solicitó para reparar los baluartes de Montevideo (Había diseñado el castillo de Montjuic en Barcelona). Llegó sin imaginar que iba a ser virrey, y menos, que iba a morir acá.

Rápidamente, y gracias a que era un administrador muy eficiente e ilustrado,  comenzaron a  asignarle cargos políticos. Fue gobernador de Montevideo, de Chile, de Charcas y en 1800 lo nombraron virrey del virreinato del rio de la plata. Merecido cargo pero a una edad tardía.

Estaba casado con Rafaela de Vera Mujica y López Pintado o simplemente “la virreina”. Ella era santafesina y vivó, luego de la muerta de su marido, en una casona en Belgrano y Perú conocida como “la casona de la virreina”. En esa casona se libró una famosa y sangrienta batalla durante las invasiones inglesas. Hoy se encuentra el edificio Otto Wulff. También sus restos descansan en Buenos Aires en la iglesia del Pilar en Recoleta.

Juntos tuvieron una hija, Joaquina del Pino. En una ocasión, acompañó a su padre al Colegio San Carlos (Nacional de Buenos Aires) para felicitar a los alumnos más destacados. Entre ellos, se encontraba Bernardino Rivadavia que no pudo quitarle los ojos en todo el acto. Luego, ambos se casarían en la iglesia de la Merced (donde también se casó San Martin) en 1809.

Finalmente, en 1804, Joaquín del Pino no aguantó más y se enfermó en pleno mandato. Murió a los 75 años.

Está enterrado en la catedral de Buenos Aires.




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