Me acuerdo
perfectamente cuál era mi concepto de la danza antes de ver por primera vez una
coreografía de Pina Bausch. El baile era algo bello para mí, pero lejano, un
arte caprichoso. Podía entender cierta complejidad en los movimientos pero mi
ignorancia técnica me dejaba un vacío enorme a la hora de la apreciación. Un vacío
que no lograba llenar.
Siempre
culpé a mi ignorancia técnica como la única responsable de no dejarme disfrutar
totalmente del arte de la danza. Quizás por eso, mi lugar de espectador siempre
estuvo en un rincón frío, distante e insípido. Con la vergüenza de sentir que
era yo el que no lograba entender de qué se trataba.
Pina logró
cambiar todo eso en tan sólo segundos. Pina desnudó a la danza clásica, y me
desnudó a mí, con la suya. Las coreografías no duraban mucho, pero lograban
decir todo, absolutamente todo. Nunca me imaginé que el cuerpo en movimiento
podía transmitir las sensaciones más profundas del ser humano, de una manera
tan simple, directa y sin necesitad de algo más.
Pero lo
más interesante de todo, y donde claramente vive su arte, es su técnica de
baile. La misma es tan original, que uno piensa que están bailando mal. Hasta
que en pocos segundos, todo se torna increíblemente bello. No es a lo que nos
tiene acostumbrados la danza clásica o contemporánea tradicional. Es vanguardia
pura. Son movimientos espásticos y delicados al mismo tiempo. Nunca vi algo
semejante, hasta diría, que para muchos, no se puede considerar un baile. Sin
embargo, su arte nos obliga a estrellarnos con el amor, el miedo, el dolor, la nostalgia,
tan rápidamente, que logar exponernos como seres humanos en muy pocos segundos y
sin consultarnos absolutamente nada. Una
experiencia emocional con uno mismo.
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